La Rosaleda del Parque del Retiro de Madrid

Si Madrid es una ciudad sobradamente conocida a nivel mundial, hasta el punto de recibir miles de visitantes anualmente, uno de sus grandiosos pulmones naturales, el Parque del Retiro, no le queda a la zaga.

Como en todos los lugares de sus características, lo natural y lo artificial se conjugan armoniosamente, para crear un poderoso conjunto, especialmente ideado para seducir a los sentidos, proporcionando experiencias vitales, que cada uno siente y disfruta a su manera.

Cada rincón tiene su propia esencia, su propio pintoresquismo y su propia fuerza de fascinación, que los convierte en únicos, independientemente de los gustos y preferencias particulares del espectador.

Uno de los lugares más increíbles y a la vez, más fascinantes que conocer, pasear y sentir, en este pequeño y comparativamente hablando, mundo de ensueño, es La Rosaleda.

Precisamente es ahora, a estas alturas del mes de mayo, cuando merece la pena conocerla, en base a la exuberante y fantástica floración de las numerosas familias de rosas, que muestran toda su belleza y esplendor, a todo lo largo y ancho de sus laberínticos parterres.

Haciendo un poco de historia, podríamos decir que los orígenes de este fantástico lugar -cuyo emplazamiento ocupa el lugar en el que hasta principios del siglo XX ocupaba una pequeña ría o lago, que en invierno se helaba y los madrileños de la época lo utilizaban como pista de patinaje- se remontan al año 1915, cuando Europa se encontraba en la terrible tesitura de lo que posteriormente la Historia llegó a conocer y denominar como la Primera Guerra Mundial, cuando el entonces alcalde Madrid, Carlos Prats, le encarga a uno de los arquitectos más populares Madrid y director del Departamento de Parques y Jardines del Ayuntamiento, Cecilio Rodríguez, la conveniencia de hacer una rosaleda a la moda de las ya existentes en diferentes países de Europa.

Aun a riesgo de su propia vida y con no pocas dificultades por las circunstancias que convulsionaban el mundo en ese momento, el arquitecto se desplazó a París, especialmente motivado por el proyecto de Jean-Nicolás Forestier, cuyo diseño, en el popular Bois de Boulogne, es conocido, también, como La Rosaleda de Bagatelle.

Sobre un diseño de base elíptica, cuyos setos forman pequeños laberintos que se interconectan sobre un centro formando por un pequeño estanque, que en esta época ve florecer con intensidad otra especie no menos fascinante, como es el nenúfar o flor de loto y dos fuentes, una coronada por un querubín y otra por un fauno, la Rosaleda muestra una gran variedad de rosas, procedentes de numerosos países de Europa, aunque abundan, sobre todo, los modelos importados de Francia.

 Pero independientemente de todo lo dicho hasta aquí, lo más importante, después de todo, es ver en ella lo que realmente es: un lugar encantador, donde el espíritu se solidariza con la armonía y la belleza.

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