Si algo caracteriza a la comunidad de Valladolid y a su tierra, es la gran calidad de ese auténtico oro líquido, que son sus extraordinarios vinos.
Dicen que Castilla, esa inmensa tierra de conquistadores y guerreros, bajo cuyos pendones llegaron a forjarse verdaderos imperios, ha sido siempre y todavía continúa siendo, una tierra de pan y vino.
De ahí, que antiguamente, viajeros y peregrinos hicieran bueno el refrán que dice que con pan y vino, bien se anda el Camino.
Pero aparte del Camino de Santiago, el Camino del Vino es también una aventura cultural, que puede resultar, para el visitante foráneo, todo un atractivo, como es el de dejarse llevar por el imperio de los sentidos, haciendo bueno, además, aquél otro dicho castellano, no menos famoso, como es el de: buen yantar y mejor beber.
Nava del Rey, es un pueblo con cierto renombre, donde les invito a poner en práctica lo comentado hasta ahora, además de poner también en su conocimiento parte de la gran herencia cultural, que hacen de él un pueblo más interesante de lo que cabría suponer en un principio.
Situado, aproximadamente, a ocho kilómetros de la señorial e histórica ciudad de Medina del Campo –observarán, que en el nombre todavía se conserva parte de esa herencia multicultural, que hizo de la España medieval un baluarte de las Tres Culturas del Libro: cristiana, musulmana y judía- su entorno está conformado por grandes extensiones de viñedos, que ofrecen una idea aproximada al visitante de la riqueza vitivinícola del lugar.
Sería bueno recordar, en este sentido, que hablamos de una zona muy específica, la calidad de cuyos vinos, viene asegurada por una denominación de origen muy especial y reconocida entre los paladares más exquisitos: Ribera del Duero.
Pero hay algo más, que llevará a preguntar al viajero curioso y observador, por un detalle que generalmente pasa inadvertido, si no se presta la debida atención: entre los infinitos campos de viñedos, no verá ni una sola bodega al aire libre.
Y es que las bodegas de Nava del Rey, son otro aliciente cultural añadido, cuyo conocimiento otorga calidad a la experiencia: todas tienen el denominador común de constituir un dédalo de galerías subterráneas, cuyos túneles horadan el pueblo de un extremo a otro y tienen una antigüedad que ronda entre los cuatrocientos y los quinientos años.
Pero antes de introducirnos en una de ellas, resulta muy recomendable, para ir despertando la sensibilidad artística del viajero, detenerse junto al Ayuntamiento y visitar la iglesia de los Santos Juanes –el Bautista y el Evangelista, representativos de los dos solsticios, el de verano y el de invierno, respectivamente- en cuyo interior encontrarán algunas creaciones artísticas realmente sobresalientes y de excepcional calidad.
Les recomiendo, en este sentido, que presten atención a dos de las piezas que allí se exponen: la primera, una representación a tamaño natural de San Antón, obra del genial escultor Gregorio Fernández, en la que observarán un notable parecido con el actor norteamericano Charlton Heston en su interpretación de Moisés, en la súper-producción de Cecil B. de Mille, ‘Los Diez Mandamientos’, que se encuentra situada junto al retablo, incluso más antiguo que la escultura, dedicado a este enigmático anacoreta cristiano y que muestra, entre las escenas de su vida, la presencia de unos seres totalmente mitológicos y paganos, exponentes de la doble naturaleza humana y animal, como son los centauros, de los que, por cierto, uno de ellos lleva cuernos.
El otro elemento que les recomiendo, es una formidable talla, de autor anónimo, pero de un realismo desbordante, que muestra al arcángel San Miguel reduciendo al Diablo. Pero lo curioso de ésta talla, es que, apenas apoyada sobre un pie, semeja, con la espada en alto, estar levitando sobre el cuerpo vencido de su oponente, al que está a punto de dar el golpe final.
Llegados a este punto, es el momento de visitar el secreto subterráneo de Nava del Rey, y podemos hacerlo en las inmediaciones de la Iglesia y del Ayuntamiento, debajo mismo de los soportales, en una bodega, de nombre Urdil.
Una impresión equivocada, cuando se atraviesa el umbral, es pensar que las estrechas dimensiones del recibidor apenas bastan para albergar a media docena de personas. Pero enseguida comprobará el viajero, que apenas descendidos los angostos y empinados escalones que se pierden en el mundo subterráneo de este establecimiento tradicional, se abre todo un mundo por descubrir.
En efecto, las salas, en ese intrincado dédalo de galerías históricas, son amplias y confortables y todas guardan un interesante tesoro.
Una de ellas, constituye una auténtica sala-comedor, donde al visitante se le invita a degustar diferentes clases de vino, acompañadas por el agradable sabor de exquisitos y variados dulces de la tierra, encaminados a hacer más grata su experiencia.
Pero, posiblemente, lo que más llamará la atención de los visitantes, son los enormes barriles que yacen en mitad de las salas adyacentes, capaces de albergar miles de litros, madurados en el plácido reposo de la sombra y el silencio, donde la tierra y la temperatura ambiente de la cueva se convierten en una metafórica pero efectiva matriz y ante la duda de cómo ha sido posible bajar esas enormes cubas por las angostas estrecheces de las galerías que descienden a los túneles, la evidencia salta a la vista: se toman medidas y las planchas se bajan una a una al interior, donde son finalmente montadas.
En esos enormes toneles, maduran tres clases diferentes de vino: en el nivel inferior, reposan los caldos más antiguos, por cuya calidad y tiempo de reposo, reciben la categoría de gran reserva; a continuación, en el nivel intermedio, la enorme barrica contiene los vinos cuya edad media oscila entre los dos y los tres años, que constituyen la añada denominada como reserva. Y por último, en el nivel superior, los vinos jóvenes: aquéllos conseguidos en la última cosecha.
Socialmente hablando, hasta hace relativamente poco tiempo, ésta distribución de niveles establecía también la condición social del comprador, de manera que, por ejemplo, de la persona que compraba vino del primer nivel, el gran reserva, se establecía por defecto, un status social de pudiencia y distinción.
Y es que, como todavía figura en las antiguas bodegas del Monasterio de Piedra, el vino no sólo es un fenómeno Social de primera magnitud, sino que también es un auténtico fenómeno Cultural.
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