Villacantid y su Centro de Interpretación del Románico

El destino, como ese gran burlador de todas las épocas, Don Juan, con el que especularon largo y tendido grandes dramaturgos de la historia de la Literatura, como José Zorrilla, Lord Byron o Gonzalo Torrente Ballester, suele deparar también singulares sorpresas, a la hora de abatirse sobre algunos estilos artísticos y arquitectónicos, que a pesar de haber sido grandes en su época, definiendo un modelo que fe que cambió el rumbo histórico de un país, terminó siendo menospreciado y manipulado cruelmente, hasta convertirse en extraños híbridos, incomprensiblemente alterada su esencia original.

Esto es lo que más o menos puede llegar a sentir un viajero, entre cuyos placeres e intereses se encuentra la búsqueda de esa arquitectura románica y acude a esta parte de Cantabria, buscando las huellas de esas grandiosas escuelas de cantería que precisamente surgieron de esta zona, la Trasmiera, para posteriormente ir asentándose en infinidad de lugares de la Meseta Castellana, a medida que los decisivos avatares de la Reconquista iban empujando a los musulmanes hacia las denominadas Columnas de Hércules, invitándoles a volver a cruzar las aguas del Estrecho, pero en dirección contraria a la que trajeron cuando derrotaron al ejército visigodo y se encuentra con esta maquiavélica manipulación de un hermoso templo del siglo XII.

Aun así, el paseo merece la pena, sobre todo si se tiene como base de operaciones la ciudad de Reinosa, al pie de la denominada Montaña Palentina o de la Merindad conocida como Campoo de Enmedio, de la que Villacantid apenas dista media docena de kilómetros y donde, por mucho que le disgusten las terribles alteraciones de un patrimonio artístico, histórico y cultural, que pertenece a todos, sabe que encontrará suficientes datos de interés para llevarse de recuerdo, en su bitácora de viaje, que no es otra cosa que su cuaderno de notas y también donde se podrá proveer de información relacionada, que puedan servirle de orientación, si se decide a explorar los alrededores.

Reconvertida en Centro de Interpretación del Románico y a pesar, como se ha dicho, de su desastrosa manipulación -tan desastrosa, de hecho, que el viajero no puede por menos de preguntarse, si en el siglo XVII los excelentes artesanos albañiles de la Trasmiera, perdieron sus innatas cualidades- todavía podemos encontrar algunos elementos de interés, que recuerdan al que otrora fuera el magnífico templo del siglo XII, dedicado a la figura de Santa María.

Éstos se resumen, básicamente, en el ábside o cabecera y en la antigua portada principal de acceso al templo, situada originalmente en el lado sur del crucero de la nave, la cual, al ser derribado el templo, procediéndose a una inusual e innecesaria prolongación, quedó definitivamente encajada junto al ábside, lo que hasta cierto punto hubiera sido admisible, de haber contado el templo con una galería porticada -baste como ejemplo, templos como el de la Asunción, en Duratón, Segovia- desde un principio.

Los motivos escultóricos del ábside, centrados en los elementos característicos de canecillos y capiteles centrales, resumen, a pesar de los efectos de la erosión, las temáticas características al entorno, los motivos mitológicos y la introducción de elementos, que aunque conocidos, no suelen verse con frecuencia a medida que se estudia el románico que fue introduciéndose progresivamente en Castilla: la figura de la mediadora en la liza entre dos caballeros.

Figura ésta, representada, curiosamente, de dos formas distintas: la del ábside, sujetando un libro -probablemente la Biblia, vehículo del Juicio de Dios, por el que los caballeros debían respetar las reglas establecidas en el buen combate- y la del capitel interior absidial, donde, por delante de las figuras de los pajes, sujeta las riendas de las cabalgaduras de ambos contendientes.

En el interior, aparte de un hermoso capitel interior, que muestra dos grifos afrontados -figura mitológica de ambivalente significancia- se localizan algunas pinturas, que apenas no pasan, en la actualidad, de semejar improntas por la pésima conservación y de las que, a pesar de todo, se podría especular, pues posiblemente fueran reproducciones barrocas realizadas durante los trabajos de demolición y restauración del templo durante el siglo XVII, que con toda probabilidad, como se ha podido comprobar en otros lugares, se realizaron encima de las pinturas románicas que originalmente pudieran dar lugar a sospechar que hicieron de este templo una metafórica Capilla Sixtina.

Éstas, para más detalle, muestran, en el ábside principal, una figura mariana, rodeada de angelotes barrocos y flanqueada por dos santas, de las que al menos, por la rueda, se puede identificar la popular figura de Santa Catalina y probablemente la otra se corresponda con Santa Águeda, pues parece sostener una bandeja en la que se aprecian dos pechos, que así lo indica, sobreviviendo, en la Capilla del Evangelio, otra figura de santo u obispo, que se mantiene erguido frente a un árbol o planta.

Para finalizar, decir que la torre, sólida exteriormente, pero en ruina por dentro y conectada a la iglesia por senda portadillas, también del siglo XVII, sustituye a la espadaña original del siglo XII, sobresaliendo, todo el conjunto, entre el telón de fondo de unos valles de color verde esmeralda, que son el preludio a las formidables montañas que se ven al fondo.

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